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"Malquerida"

Escrito en noviembre, 2023. (Modificado, 2024) Cuando tenía dieciséis comencé, entre finales de mis cuadernos, a escribir notas sueltas. Frases sonoras, rítmicas, “rimantes”,  si es que así se les puede llamar. Fue el nacimiento de lo que sería mi sensibilidad ante el mundo. Reconocer que todo eso que llevaba sintiendo no era incorrecto. No debía ser frenado. Solo debía ser mencionado. En voz alta. En voz baja. En susurro. Todas esas primeras palabras parecían casi prohibidas.  El encuentro con mi tristeza era ya no sentirse diferente.  Era serlo.   Aprovecho cada oportunidad que tengo para hablar de mi pasado. -Recuerdo a esa Sandra con un cariño enorme- La ilusión de creer que el mundo te encontraría. La sensación de que algún día sentiría que pertenezco a un lugar. Durante muchos años estuve detrás de un sentimiento que no buscaba, sino que esperaba. Y esperé tanto, que me quedé mirando cómo se iba. En mí creció la raíz más gruesa de aquella tristez

Lo admito

Qué incrédulo escribir sobre mí con el propósito de entender las incomodidades. Las mismas que me dispongo a poner sobre la mesa un domingo a las 9:36 de la noche, en un lugar habitado únicamente por la rabia y la pereza.   Rodeado de recuerdos, más no de propósitos. Y yo, que cada día me creo una nueva escena del crimen, Sigo sin poder comprender que, para haber culpables, debe pasar algo. Y a mí, me pasa de "todo".   De todo y nada, porque en ese discurso pasivo agresivo a una simplemente le sucede el despertar. - “Qué lástima”-, dirán mis antepasados. En camino a entender todos mis privilegios me dejo convencer por la idea. Esa idea de que la angustia existencial se nos pasa con pararnos de la cama.   Es entonces cuando vuelvo a la tristeza mi personalidad. Y en un intento por desafiar la hegemonía, termino por juzgar mi ternura. Para convertirme en esa versión tan enjaulada y desnuda. Que no confía ni en su propia realidad.   Puede ser

El show de los tristes

  ¿Quién podría definir lo desconocido? Para una edad como esta, todos somos víctimas de los números Y nos veo como personajes incompletos. La naturaleza de las cosas nos espía Aunque para existir haga falta piel Soy la única desnuda. ¿Quién podría estar tan triste a sus 23? De extrañezas no vivimos, pero nos inspiramos Somos el show de los cotidianos La risa de los amargados La rabia de los aburridos Y sabemos de sobra el idioma de los tristes. Cada noche saco mi maquillaje de intenso blanco Me miro al espejo y noto como mis pestañas vuelven a su atractivo habitual Agarro mis pechos y comprendo que ahí siguen conmigo. Nadie, más que yo, puede cuidarlos ahora. Tan cerca de mi corazón y tan lejos de las apariencias. Escucho cómo todos se preparan para dormir. Las lullabay suenan lentamente. Me atrevo a decir que todos ya están soñando sin tan siquiera dormirse ¿Existe una hora indicada para lograr los sueños? Mientras tanto yo espero a que sea e

De aquel amor

  Yo si algo tenía claro era que no creía en el amor, pero sí en los fantasmas.   Desde muy pequeña, comencé a hablar con alguien en el espejo. No entendía muy bien porqué le contaba mis secretos, ni si realmente existía algo que me escuchaba, pero sí tenía muy presente que lo que susurraba a mis oídos eran las únicas palabras de recogimiento, casi que mis primeros encuentros con la melodía. Porque en sus susurros siempre existía una canción constante. Unos sonidos irremediablemente tristes. No me producían escalofríos, más bien me generaban una sensación que, aunque me fuese ajena, parecía lo más cercano a una vívida experiencia. Me daban una sensación de melancolía.   Ella, porque era ella, tenía un aliento helado. Nunca la pude abrazar. Ni siquiera pude ver realmente su rostro. Solo escuchaba sus sollozos en el reflejo que mostraba la esquina de mi habitación. Mi hermano también la veía, pero ignoraba su presencia, porque no quería hacerse cargo de tanto dolor a tan tempra

Espacios de encuentro

  En los espacios que habito, hoy pude compartir orbes, aves y lunas. Sentí que el miedo se divertía en un deslizadero, mientras yo le sonreía. Me pidió varias veces que lo columpiara, pero yo negué de lejos. - “Hoy no, hoy no” Después de regar la tierra con lágrimas, hoy experimenté la vivencia de una flor. Renacer, después de regarte, y compartir, cuando se te da la oportunidad, de llenar las hojas de color. Limpié el ambiente con palabras e incienso. Y caminé de la mano con una balanza imaginaria. Qué raro sentir que caigo de pie y no sentada. Esta vez el encuentro fue en las sombras, entre gatos y murciélagos. No había otro lugar en la tierra en el que pudiésemos encajar más que en los brazos de la otra. No nos despedimos. Solo nos dejamos un rato. Porque los espacios que habito contigo son únicamente de encuentro.
Hoy puedo decir que le conté un chiste a la muerte y no le hizo gracia. No creo le ponga muy contenta que la olvide tanto y me escuche reír. Pero ustedes no saben lo dichoso y fascinante que se siente vivir de vez en cuando.  Las letras ya vendrán. Mientras yo seguiré fluyendo en este río de sinsentidos.

Casera

  No seré esa disciplina, ese fuego interminable. No seré recuerdo permanente, ni palabra correcta. No seré la protectora del valor, sino del miedo. Seré las dudas que nadie quiere escuchar. El discurso repetitivo, las frases aprendidas y el saber desconocido. Seré la que al comer deja migajas. La que daña sus cosas favoritas. La que canta en el idioma desconocido de algún dios. Seré las cenizas de una generación. La compañía de los fantasmas de los que alguna vez temí. Yo seré todo menos el dolor de cabeza que nunca te quitas. Seré la mujer que siempre se 'toca'. Que toca fondo. No cambies el óxido, ni quites mi polvo.  Yo valoro mi recuerdo por muy débil y sucio que se vea.