Lo admito

Qué incrédulo escribir sobre mí

con el propósito de entender las incomodidades.

Las mismas que me dispongo a poner sobre la mesa un domingo a las 9:36 de la noche,

en un lugar habitado únicamente por la rabia y la pereza.

 Rodeado de recuerdos, más no de propósitos.

Y yo, que cada día me creo una nueva escena del crimen,

Sigo sin poder comprender que, para haber culpables, debe pasar algo.

Y a mí, me pasa de "todo".

 

De todo y nada, porque en ese discurso pasivo agresivo a una simplemente le sucede el despertar.

- “Qué lástima”-, dirán mis antepasados.

En camino a entender todos mis privilegios me dejo convencer por la idea.

Esa idea de que la angustia existencial se nos pasa con pararnos de la cama.

 

Es entonces cuando vuelvo a la tristeza mi personalidad.

Y en un intento por desafiar la hegemonía, termino por juzgar mi ternura.

Para convertirme en esa versión tan enjaulada y desnuda.

Que no confía ni en su propia realidad.

 

Puede ser que sí, que sea incrédulo escribir sobre mí.

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