De aquel amor
Yo
si algo tenía claro era que no creía en el amor, pero sí en los fantasmas.
Desde
muy pequeña, comencé a hablar con alguien en el espejo.
No
entendía muy bien porqué le contaba mis secretos, ni si realmente existía algo
que me escuchaba, pero sí tenía muy presente que lo que susurraba a mis oídos
eran las únicas palabras de recogimiento, casi que mis primeros encuentros con
la melodía. Porque en sus susurros siempre existía una canción constante. Unos
sonidos irremediablemente tristes. No me producían escalofríos, más bien me
generaban una sensación que, aunque me fuese ajena, parecía lo más cercano a
una vívida experiencia. Me daban una sensación de melancolía.
Ella,
porque era ella, tenía un aliento helado. Nunca la pude abrazar. Ni siquiera
pude ver realmente su rostro. Solo escuchaba sus sollozos en el reflejo que
mostraba la esquina de mi habitación. Mi hermano también la veía, pero ignoraba
su presencia, porque no quería hacerse cargo de tanto dolor a tan temprana
edad.
A
veces, abría la pequeña caja de música que escondía bajo su única prenda, y me
miraba directo a los ojos, tratando de comunicarse conmigo. Yo solo podía ver a
la bailarina de su interior, rota, sucia, repetitiva.
No
me gustaban las historias de fantasmas. Nunca se contaban bien. Siempre había
una víctima fatal que buscaba venganza por la eternidad. A ella se las contaba,
y sí que la asustaba. Ella siempre comprendió que mis palabras estaban en mi
ceño fruncido; en mi boca apretada, en los brazos cruzados y la mirada
preocupada.
Tal
vez nunca consiga describirla bien. Pero recuerdo que se enojó bruscamente
conmigo el día en que di mi primer beso. Desapareció por meses, pero sentía su
presencia palpitante. Sabía que me dolía. Sabía que la había olvidado, y por
consecuencia, odiaría para siempre esa parte de mí.
Fue
tiempo después cuando mi madre me dijo con sutileza: “le rompieron el corazón,
¿verdad?” Entonces vi como ella sacaba de su brazo de nuevo aquella cajita
musical y la ponía justo a la altura de mi corazón. Ahora escuchaba mis
latidos. Esa arrítmica triste melodía.
Aquel
fue nuestro más puro y profundo encuentro de reconciliación. A partir de allí
nadie nos separó jamás. Solo creí en una cosa. En que el amor que hasta ahora
había vivido era tan fugaz como todas esas preguntas que desesperadamente
siempre trato de responder. En cambio, ella, siempre estará. Ella será mi
historia de amor. Mi historia de amor conmigo misma; con mi fantasma.
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