Me he marchitado

 Me he marchitado.

Me he marchitado, y ahora me llaman por otros nombres.

Me desconocen.

Los climas internos me azotaban y ya nadie creía que yo, como flor, podía ser otra vez.

Me he marchitado,

y es solo cuestión de tiempo para que me arranquen de la tierra. Me alejen de mis raíces.

Veo los restos de mis hojas en el piso, con huecos consumidos por los animales. Ellas me piden ayuda, pero aunque el cielo deposite sus lágrimas, solo se llenarán de suciedad.

Es verdad que solo era una del montón. No tenía frutos vistosos, saturados o gustosos.

No era la Rosa, la Margarita, la Violeta o la María. 

Pero alguien alguna vez me quiso por un ratito.

Me miró con ojos de ternura y me besó.

Alguien alguna vez creyó que sería la flor más exótica del jardín.

Me llenó de las palabras más atrevidas sobre mi tallo y colores.

El problema fue que jamás lo creí. No era la hija más poderosa de la tierra, no era alabada por el sol, ni tampoco bendecida por la lluvia. 

Cuando lo acepté, era demasiado tarde para reinventarme.

Habían cientos de flores idénticas a mí apariencia.

Creí que necesitaba de cuidado ajeno, olvidándome de mí. 

Me había marchitado en manos de mi única enemiga.

Me había marchitado en mis propias manos. 

Cuando sabía que en el fondo no habría flor, que golpeada por el mundo natural, no fuese única en su existencia. 


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