Historias de fantasmas

Desde que era pequeña le he tenido un miedo, tal vez irracional, a los fantasmas. Recuerdo muy bien a las niñas de mi escuela inventando todo tipo de espectros, contando historias inimaginables y consumiendo mi miedo con sus carcajadas. Llegaba a casa con el corazón en la mano, la poca distinción de la realidad y las nulas ganas de volver a ese lugar. Lloraba frente a mis papás de la manera más desgarradora. Tanto que parecía algún tipo de agresión. Claro, mental. 

Los fantasmas nunca tuvieron la culpa, pero cuando me di cuenta que todo esto me exponía a historias de terror incontables, así que decidí tomar las preguntas a mi favor. No volví a confiar en nadie hasta estar segura de que no creyera en fantasmas. Eso me dejaba en un plano terrenal de absoluta soledad, y a la idea de que a mi alrededor solo encontraba gente que me mentía para pasar tiempo conmigo. Buscaba respuestas. Desde siempre las he buscado. Las psicólogas, los padres, los amigos; mis padres. A ninguno le creía. Fue allí cuando mi credibilidad se perdió y la selectividad me hizo la vida más limitada. Le cogí miedo al mundo, a las personas, a la materia y a lo intangible. Los fantasmas terrenales ahora eran aliados de los fantasmas irreales. Pero ahora, yo era más sensible.

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