Amanda, digna de amor.

No pretendo que me perdonen por ser la primera 
mujer que mordió la manzana. La tentación se adueñó de 
mi alma y yo estaré dispuesta a hacer lo que sea con tal 
de no tener en mis manos a un soldado herido, a un 
latente rojo. 

Mi madre prefirió la soga y no la culpo 
por ello. Aquella textura rasposa podía ser más una 
caricia que el sabor a sangre en la boca o las palabras 
ahogadas en vicio. 

Veo almas muertas cada noche y aún no 
siento ningún corazón. Depredadores de carne y gordos de 
ambición, son doscientos tres los hombres que siguen 
viviéndome en una película ficción. 

La soledad era mi 
mejor amiga, aunque hace un tiempo que la traicioné. Tres veces la negué.
Esos tres también fueron los tiros que contó aquella vendedora de amor, pero a 
pesar de este maldito desastre y del vino regado sobre 
toda la habitación, aún creo en el alma, aún creo en mi 
salvación.

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