Hasta siempre nunca, sombra de gato.


Hasta siempre nunca, fueron las palabras que pronuncié antes de despedirte de mí y despedirme de ti.
Noviembre se volvió por fin un mes para reconocer, créeme, no lo olvidaré nunca.
Tú tienes lo que nadie jamás tuvo y aunque puede que nunca te vuelva a encontrar, siempre serás protagonista de la historia que más nervios desató en mí con tan solo diecisiete años.
Y sí, aquel gato que andaba por el suelo perdió su fetamina y a la admiradora de la noche, su noche. Tal vez algún día logre comprender porque el gato maullaba una y otra vez, sin enterarse que encima de él tenía el lucero más lindo del mundo.
Aprendí en tan solo un año que las siete vidas de aquel ser sí existen y que internamente es más que inmortal.
A veces solía salir sin dejar rastro alguno, otras veces arañaba tan pero tan profundamente, que alcanzaba a tocar el corazón.
Recuerdo que abría su negra y blanca alma en la madrugada confesándome que desde lo más alto, le escribía a las luces de la ciudad, y aunque admiraba las del cielo, le recordaban más cosas los edificios con miles de historias entre sus calles. Esas mismas que lo ubicaban desubicadamente.
Este ser y yo solíamos tener encuentros casualmente destinados.
Era tan distinto que el arte a su lado es un simple machote sin sentido, o más bien, con demasiado sentido. La indecisión era su musa y la lejanía su tempestad. Tenía la particularidad de moverse de lado a lado capturando miradas y palabras de gente que no entendía como un ser tan diminuto podía guardar cosas tan grandes.
Así que si, tal vez me enamoré de este particular ser. Pero olvidé que su libertad es algo que no le podía arrancar. Pero juro que le entregué cada espacio entre líneas de mi poesía y sobre todo, cada lágrima de mi dolor. Te quiero, te quise y siempre lo haré. Hasta que la vida nos depare, o más bien, nos separe.
Hasta nunca siempre, amor mío, que si me vuelves a leer algún día, ya sabes como regresar.
Pero insisto en que si aún no sabes amar, por favor, no vuelvas.

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