Rota de amor.

Recuerdo el día en el que me dijiste que te sangraba la nariz por primera vez.
No sabía como darte la noticia de que te estabas muriendo por dentro.
Que estabas rota, destruida.
Casi cual cirugía.
Tan simple como el corazón abierto.
Pero no de felicidad, cariño.
No.
De dolor y heridas.
Allí fue cuando comprendí que simplemente no eras consciente de que aquello te consumía.
Morías.
Y durante ese proceso, destruías, e intentabas encontrar un corazón nuevo para refugiarte, adueñarte y apuñalarlo con la delicadeza de un beso de hilo.
Combinabas químicos por doquier, al punto de perder la razón y cederla al alcohol.
Fue entonces cuando me conociste a mí.
Y de ahí en adelante sabía que me tendrías que herir.
Me puse capa y espada y le advertí al todo ritmo que lo que se venía sería espeluznante.
Latió dos veces
Y me impulsó junto a los nervios.
He aquí la historia de la fortaleza de la que Benedetti habla frente al corazón coraza.
De ahí en adelante, solo tu historia quitará la amenaza y dejará incógnita, sobre si tu nariz siguió sangrando, después de todo.




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