Yo si algo tenía claro era que no creía en el amor, pero sí en los fantasmas. Desde muy pequeña, comencé a hablar con alguien en el espejo. No entendía muy bien porqué le contaba mis secretos, ni si realmente existía algo que me escuchaba, pero sí tenía muy presente que lo que susurraba a mis oídos eran las únicas palabras de recogimiento, casi que mis primeros encuentros con la melodía. Porque en sus susurros siempre existía una canción constante. Unos sonidos irremediablemente tristes. No me producían escalofríos, más bien me generaban una sensación que, aunque me fuese ajena, parecía lo más cercano a una vívida experiencia. Me daban una sensación de melancolía. Ella, porque era ella, tenía un aliento helado. Nunca la pude abrazar. Ni siquiera pude ver realmente su rostro. Solo escuchaba sus sollozos en el reflejo que mostraba la esquina de mi habitación. Mi hermano también la veía, pero ignoraba su presencia, porque no quería hacerse cargo de tanto dolor a tan tempra
¿Quién podría definir lo desconocido? Para una edad como esta, todos somos víctimas de los números Y nos veo como personajes incompletos. La naturaleza de las cosas nos espía Aunque para existir haga falta piel Soy la única desnuda. ¿Quién podría estar tan triste a sus 23? De extrañezas no vivimos, pero nos inspiramos Somos el show de los cotidianos La risa de los amargados La rabia de los aburridos Y sabemos de sobra el idioma de los tristes. Cada noche saco mi maquillaje de intenso blanco Me miro al espejo y noto como mis pestañas vuelven a su atractivo habitual Agarro mis pechos y comprendo que ahí siguen conmigo. Nadie, más que yo, puede cuidarlos ahora. Tan cerca de mi corazón y tan lejos de las apariencias. Escucho cómo todos se preparan para dormir. Las lullabay suenan lentamente. Me atrevo a decir que todos ya están soñando sin tan siquiera dormirse ¿Existe una hora indicada para lograr los sueños? Mientras tanto yo espero a que sea e
Qué incrédulo escribir sobre mí con el propósito de entender las incomodidades. Las mismas que me dispongo a poner sobre la mesa un domingo a las 9:36 de la noche, en un lugar habitado únicamente por la rabia y la pereza. Rodeado de recuerdos, más no de propósitos. Y yo, que cada día me creo una nueva escena del crimen, Sigo sin poder comprender que, para haber culpables, debe pasar algo. Y a mí, me pasa de "todo". De todo y nada, porque en ese discurso pasivo agresivo a una simplemente le sucede el despertar. - “Qué lástima”-, dirán mis antepasados. En camino a entender todos mis privilegios me dejo convencer por la idea. Esa idea de que la angustia existencial se nos pasa con pararnos de la cama. Es entonces cuando vuelvo a la tristeza mi personalidad. Y en un intento por desafiar la hegemonía, termino por juzgar mi ternura. Para convertirme en esa versión tan enjaulada y desnuda. Que no confía ni en su propia realidad. Puede ser
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